El efecto San Mateo
Autor: M.ª Dolores F.-Fígares
Ha sido Robert K. Merton, padre de la Sociología de la Ciencia el que le ha dado el nombre del evangelista, a pesar de que San Mateo no lo inventó, sino que lo recogió en su evangelio, cuando contó la parábola de los talentos, ya saben aquella de aquel hombre que, antes de salir de viaje, repartió sus bienes entre sus siervos, de manera poco equitativa por cierto: a uno dio cinco talentos a otro dos y a otro uno. A su regreso, se encuentra con que los dos primeros habían ganado el equivalente de lo recibido mientras que el que recibió menos se limitó a guardar el dinero y se lo devolvió. Y en la moraleja viene el llamado efecto: “al que tiene le será dado y tendrá más, y al que no tiene, aún lo que tiene le será quitado”.
Dejando aparte las enseñanzas evangélicas que se ocultan en la contundente frase, los analistas económicos han encontrado este efecto en los llamados procesos de rendimientos crecientes, que el pueblo interpreta como que “el dinero llama al dinero”. De hecho, no encontraremos bancos que presten dinero a quienes no lo tienen y si hay alguno es la excepción que confirma la regla, como podemos ver en el invento de los “microcréditos” que con tanta sagacidad aplican algunas entidades financieras con vocación de practicar la solidaridad.
El efecto San Mateo se refleja también en el ámbito científico, poco sospechoso, en principio, de avaricia. Para que una investigación sea tenida en cuenta debe constar en el Science Citation Index (SCI), especie de club exquisito de todos los campos posibles, que establece normas rígidas, como que el trabajo se haya publicado en revistas que a su vez se encuentren incluidas en el referido índice. Es fácil deducir que al final la notoriedad y el prestigio científico se quedan en manos de unos pocos, que son los que disponen de recursos para investigar y para publicar y sus aportaciones se van alejando de los investigadores menos poderosos.
También la educación se ve afectada por el efecto San Mateo cuando se promueve que los mejores centros son los que captan a los mejores alumnos, lo cual puede ir creando unos efectos devastadores de segregación de grupos privilegiados, poco interesados en ayudar a otros menos favorecidos. Y en otros aspectos de la vida, el egoísmo excluyente aplica sin piedad el efecto San Mateo por todas partes.
Esta perversa actitud, de dar solo a los que tienen, se multiplica en todos los niveles, como una amenaza latente, basada en una competitividad sangrante que nada tiene que ver con los valores que invitan a buscar la justicia y la equidad, a que los fuertes ayuden a los que lo son menos, los poderosos a los que no tuvieron tanta suerte en el reparto aleatorio de los dones.
Nada puede surgir de la nada, tal como lo explica el efecto San Mateo. Poco o mucho se tenga, se trata de saber proliferar aquello que tengamos, es decir, ser eficientes. Los niveles de segregación podrían ser devastadores, correcto, pero esto sólo ocurriría si no se enseña el valor fundamental de la responsabilidad social. Todas las situaciones negativas que se pueden dar son evitables bajo valores.
El objetivo central es lograr que todos exploten su potencial, no que todos logren lo mismo, porque la única forma de poder hacerlo es restando mérito injustamente a quienes lo lograron con toda honestidad; en ese caso, hablamos de igualdad de oportunidades, no de resultados.