La ciencia siempre ha sido una fuente de conocimiento para tratar de entender lo que nos rodea, y así, entender nuestra propia naturaleza mortal. La ciencia nos ha traído grandes avances en medicina o en tecnología, pues nos ha rodeado de aparatos que nos hacen la vida más cómoda y fácil… Pero, siendo esto así, seguimos sin lograr convivir los unos con los otros, sin eliminar el hambre del mundo, sin lograr la paz…

Tanto avance científico no ha servido para eliminar el sufrimiento, sino para crear armas capaces de exterminar a miles de seres humanos con solo apretar el gatillo, así que las nuevas tecnologías, lejos de salvar vidas, han servido para idear formas más atroces e inhumanas de matar.

Hemos alcanzado tal nivel de desarrollo que somos capaces de ir en busca de nuevos mundos, nuevos planetas que investigar, tal vez pensando en poder crear nuevos núcleos civilizatorios. Pero no tiene demasiado sentido tratar de imaginar otros mundos que habitar cuando tras miles de años en la Tierra, aún no hemos aprendido a vivir en ella: la maltratamos pensando solo en nuestros intereses, sin darnos cuenta de que en la mayoría de las ocasiones vamos  contra natura, oponiéndonos a esas leyes sutiles que rigen nuestro planeta y el universo entero. Tal vez aún no entendemos cómo funciona nuestro sistema solar o la Tierra, porque siempre tratamos de entender lo más grande, lo más complejo, cuando deberíamos de empezar por lo más simple y sencillo: una roca, una flor… pues ellos son también reflejo en lo pequeño de esas leyes que ignoramos y que pretendemos negar por impotencia. Recordemos que los grandes Maestros de todos los tiempos decían que el hombre debía dejar de preocuparse por conquistar y dominar mientras no fuese capaz de conquistarse y dominarse a sí mismo, viendo a la naturaleza como nuestra aliada, buscando armonizarnos con ella, y así, encontrar nuestro propio equilibrio.

La ciencia actual está ocupada intentando prolongar nuestra vida lo máximo posible. Para ello se realizan estudios y pruebas que aseguren una mayor calidad de vida, y a nivel genético van mucho más allá, porque de qué sirve estar buscando remedio para las enfermedades si podemos extirparlas de raíz, es decir, que con la manipulación genética se pueden eliminar enfermedades, trayendo al mundo seres casi perfectos cuyas probabilidades de caer enfermos sean mínimas, casi ridículas.

Además, se están desarrollando proyectos para poder curar a personas con problemas muy serios, como por ejemplo, aquellas personas que están en una silla de ruedas, a las que en un futuro no muy lejano, se las someterá a una serie de tratamientos para regenerar la parte de su columna vertebral dañada, con “células madre” que les serán inyectadas, ya que son incapaces de producirlas por sí solos.

Todo esto es un sueño hecho realidad: el hombre vence a la enfermedad, pero el problema es que toda esta búsqueda de la perfección se convierta en una obsesión que nos lleve a crear seres humanos perfectos de forma mecánica, a los que se les asignarán unos trabajos y tareas concretos, y prácticamente toda su vida ya estará decidida de antemano sin sorpresas ni emoción. No es esa la sociedad que deseamos, ni tampoco creo que ese sea el sueño del que hablaba, pues probablemente ese sueño, que comparto con muchos otros, de un mundo mejor, con justicia y sin sufrimientos innecesarios, no lo lograrán las nuevas tecnologías, ni un hombre perfecto a nivel genético. Lo logrará el hombre que es consciente de que el mundo no puede seguir así, que se pregunta de qué forma puede ayudar y lo hace: actúa, como si hubiese contraído una deuda con el resto de la humanidad desde el día que nació, una deuda de vida, para respetarla y protegerla, no solo para perpetuarla. De nada serviría formar parte de una sociedad donde ya no somos personas sino individuos sin nombre, tal vez con un código de barras en la muñeca que lo acredite.

Sería muy bueno erradicar las enfermedades y el dolor, pero de nada serviría una sociedad perfecta en su fachada, en su parte exterior, pero vacía de contenido: sin esperanzas, sin proyectos y sin libertad. La mecanización alcanzada por una sociedad así eliminaría el libre albedrío del individuo; sus opciones y su futuro dependerían únicamente de lo que dijese su genética: si es mala, se le cerrarían todas las puertas convirtiéndose en un individuo de 2.ª, pero si por el contrario, se trata de uno de los hombres “perfectos”, uno de los elegidos, se convertiría en el modelo a seguir de los demás.

Sólo la capacidad de elegir nos permite ser libres, y si estamos “alienados” mentalmente, sin pensamiento propio, ¿cómo elegir bien?, y por tanto, ¿cómo ser libres? No se nos debe proteger de todo, ni del sufrimiento ni de nuestros errores; estos son necesarios para aprender y desarrollarnos como seres humanos. Hay que equivocarse porque se aprende mucho de los errores. Espero que en el futuro la ciencia no nos mutile, en cierto modo, eliminando nuestra voluntad y nuestro raciocinio, porque entonces sí que estaremos perdidos, paralizados, aunque eso sí, encerrados en una jaula de oro sin conocer jamás qué era eso que llamaban libertad.

La ciencia debe estar al servicio del hombre y no al revés, para hacernos más conscientes y menos ignorantes, para humanizarnos y unirnos, creando nuevos proyectos y estrategias que favorezcan a todos por igual, que permitan que todo ser humano tenga cubiertas sus necesidades básicas y la oportunidad de vivir dignamente. Un mundo de ciencia y tecnología carente de moral, de verdadera finalidad y sin pensamiento propio, nos alejaría de nuestro verdadera naturaleza: la humana. Pongamos la ciencia al servicio del desarrollo del hombre, de su evolución y de un continuo deseo de crecer y ser cada día un poco mejor. Usemos la ciencia para el bien y para hallar la verdad: la verdad sobre la vida, sobre quiénes somos y adónde vamos.

LOURDES MARTOS