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ALQUIMIA Y PSICOLOGIADOLORES VILLEGAS

La alquimia no es solamente un arte que enseña a transmutar unos metales en otros, sino más bien una ciencia sólida y verdadera que enseña a conocer el centro de todas las cosas (Pierre-Jean Fabre, 1636).

La psicología, la alquimia y la astrología son ciencias que operan siempre juntas, buscando la transmutación.

La psicología educe los misterios del alma del hombre. La astrología expone la naturaleza de las fuerzas que constituyen el universo, sus ciclos, ritmos e interrelaciones. Y la alquimia, el modo de operar sobre ellas para acelerar su evolución, llevándolas así a su expresión más sublime.

La alquimia formaba parte de las ciencias ocultas, sagradas, en la Antigüedad, vinculada a la formación en los Misterios de la Naturaleza. Requería previamente del candidato educir sus mejores potencialidades latentes y el dominio y conocimiento pleno de su personalidad mortal.

En el trabajo sobre la materia, la alquimia busca la unificación, la transmutación del «plomo» en «oro». Hacer de la multiplicidad o las partes en lucha una unidad integrada, consciente y con una misma finalidad.

Lo que le interesa a la alquimia fundamentalmente es la transformación de la sustancia de la naturaleza humana y la liberación de su potencial divinidad interior, proceso que se llevará a cabo a través de la confrontación con la sombra o el inconsciente y la integración posterior, una vez operada la transmutación.

El Opus          

El Opus es la Obra alquímica, que requiere el esfuerzo de un artista en su búsqueda de la perfección. Es una tarea sagrada que merece el esfuerzo de toda una vida. Giordano Bruno explicaba que, conociendo la escala por la cual los arquetipos se han plasmado en la materia, podíamos hacer retornar hacia su origen la conciencia, en un ascenso acelerado, ayudándonos con la memoria y la imaginación.

El Opus comienza partiendo de la «materia prima» o sustancia original, que está en relación con Saturno, como el «plomo» a transformar, ya que en ella están las simientes del oro alquímico.

Desde el punto de vista psicológico, podemos entender la materia prima como los instintos, las compulsiones, los conflictos emocionales, los miedos y las pasiones que se adueñan de nosotros. Freud lo llama el Ello. Es todo lo inconsciente que se encuentra en estado de conflicto, sin dirección alguna como fuerzas ciegas.

El Lapis o piedra filosofal, al final del proceso, es el oro que se intenta liberar de la confusa matriz de la materia prima. Es la piedra filosofal, la rosa de oro, la flor de loto, el diamante. Se lo ha equiparado también con Cristo, el unicornio y el hermafrodita coronado. Es algo sagrado que es menester extraer de la sustancia.

El Lapis otorga la conciencia de individualidad, de inmortalidad, así como la comprensión de nuestro destino.

Esta piedra filosofal es el dios interior, capaz de sostenernos en medio del fluir de los cambios de la existencia. Ejerce un efecto catalizador sobre lo que toca o le rodea, transformando las sustancias con las que entra en relación. Se autorreproduce y tiene un efecto permanente.

Los procesos de percepción y comprensión están vinculados con Mercurio y nos dan la capacidad de tomar conciencia de las cosas, y como consecuencia, de operar la transmutación y de poner luz donde hay oscuridad y caos.

Mercurio es la chispa divina oculta en la naturaleza bruta, el oro de nuestra verdadera esencia y nuestra vivencia de una individualidad significativa. El alquimista trata de liberar lo que siempre estuvo allí, velado por una forma más oscura y primitiva. Se trata de una revelación de la esencia inmortal, que siempre ha estado oculta en el inconsciente caótico y ciego.

Los alquimistas veían en su Opus un proceso inevitablemente erizado de sufrimientos. Solo un grado considerable de integridad, sinceridad y bondad podía ayudar al individuo a orientarse en el laberinto de confusión y peligro que es la Obra en todas sus etapas.

Los peligros

El inconsciente es proteico y tan capaz de hechizarnos como de devorarnos. Únicamente una sólida fibra moral y una gran entrega al objetivo podían ayudar al alquimista a atravesar su propio camino. Si no se poseen en grado suficiente, es mejor dedicarse a otra cosa, porque la Obra exige un esfuerzo tremendo a la totalidad de la persona.

Los peligros del poder, la arrogancia y la seducción en diversos niveles acompañan siempre a la creación del Lapis. Por eso los alquimistas decían siempre «deo concedente» (de acuerdo con la Voluntad de Dios).

Las virtudes fundamentales son la humildad, el discernimiento y la obediencia a las leyes naturales.

Al individuo, en su viaje al centro, debe acompañarle un espíritu de incertidumbre, humildad e integridad interior. Mercurio, como materia prima, y Lapis, alfa y omega del proceso, representan la imagen del inconsciente mismo abarcando sus tres esferas de expresión. En astrología se dice que la carta natal nos muestra la materia prima con todas sus potencialidades, y la obra o el trabajo a realizar para evolucionar un poco más e ir formando a través de las pruebas y adversidades, el centro sólido de la piedra.

Los peligros que encontramos en el esfuerzo por conocernos y transformar esa materia ciega y caótica son, en resumen: 1) Identificarse excesivamente con ella. 2) Tratar de mantener un total desapego refugiándose tras barricadas intelectuales o de cualquier otro tipo.

La alquimia tiene sus metáforas para expresar tanto el exceso como la fatiga de compromiso. Si está uno demasiado tiempo revolviendo lo que se cuece en la olla, empezamos a inhalar sus emanaciones. Pero tampoco podemos dejar que se cueza solo, porque se quemará o explotará. Tiene que haber un compromiso constante con el proceso, pero también se ha de seguir a una distancia sensata, y aceptar que son inevitables los períodos de dificultades.

El alambique

Tiene connotaciones de matriz, y a veces se lo llama útero. La idea es que la Obra es como la gestación de una vida nueva y se realiza en el interior de una vasija sellada. Se verá sometida al calor y a una elevada presión, pero el sello no se debe retirar en ninguna circunstancia porque la Obra se arruinaría. Y el alambique debe tener la resistencia suficiente para no estallar. Es una imagen de contención y representa la capacidad de sujetar los afectos, emociones y conflictos que bullen y burbujean hacia la superficie sin estallar ni «actuarlos».

El alambique representa un lugar intermedio entre la represión, que desconoce y niega esas poderosas erupciones del inconsciente, y la posesión, que hunde al individuo en el magma bullente y anula las capacidades de opción responsable del yo.

Es, en cierto sentido, la imagen de las capacidades de contención de la conciencia. Si se resquebraja en mitad del trabajo, el inconsciente se derrama al exterior sin ningún contenedor que lo retenga. Si se quita el sello, el individuo renuncia a responsabilizarse de su propio dilema, y los conflictos, expulsados hacia fuera, salpican a todos los que están a su alcance.

Los conflictos

Cuando empiezan a emerger hacia la superficie, la persona se siente compelida a «actuarlos» en el medio externo. Pero si uno está verdaderamente entregado a un trabajo interno de transmutación, no puede romper el sello. La represión es inadecuada, pero también lo es escapar destrozándolo todo o culpando a los demás.

En alquimia hay imágenes que representan este proceso: lobos que se comen a reyes, leones con las zarpas amputadas, animales que aúllan de dolor mientras se queman. Son formas simbólicas que tiene la psique de representar su sufrimiento cuando, durante el proceso, en vez de proyectar al exterior los conflictos, uno los contiene dentro de sí, transmutándolos poco a poco con voluntad, inteligencia y amor por la verdad.

En la represión está en juego una desconexión con una parte de uno mismo. Una escisión, una mala disposición a tomar conciencia de algo que es esencialmente un problema interno.

Pero la represión crónica de un componente psíquico causa profundos problemas, porque nada de lo que hay en el inconsciente puede evolucionar ni expresarse realmente si no hay participación de la conciencia.

La represión cercena las posibilidades de evolución, hasta que el inconsciente termina por alzarse en rebeldía. Y se muestra descarnadamente en los momentos de tensión, generando conflictos por nuestra imposibilidad de control sobre una fuerza.

Participación

El alquimista no puede dar la espalda al proceso del alambique, pues en realidad se trata de su propia psique sometida a la transformación. La angustia del lobo que se consume son las angustias del alquimista, así como la luz radiante del amanecer, la etapa del «enrojecimiento», es la esperanza y el júbilo radiante del triunfador. Eso sí, sin participación, sin compromiso, es completamente inútil lo que se haga. La evolución y el resultado dependen de la participación del observador, lo que significa establecer conexiones y experimentar emociones, sentimientos e intuiciones. Dos ingredientes son necesarios en el proceso, participación y compromiso, para que se pueda dar la transformación, la curación o la obtención de la «piedra». Muchas personas tienen un miedo profundo a comprometerse y eso les impide permanecer en el fuego y elaborar a fondo cualquier cosa.

Tres etapas

Hay distintas versiones de tres etapas en este proceso de aceleración o transmutación consciente y voluntaria. La 1.ª es la Obra al Negro, el descenso a los infiernos, al fondo de nosotros mismos, para conocernos íntegramente y sin máscaras. La 2.ª etapa, la Obra al Blanco, la purificación, surgiría de esa toma de conciencia de nuestra realidad y del ansia de superación y libertad. La 3.ª etapa es la Obra al Rojo, la gran obra, en relación con la obtención del «oro» espiritual y la unión con el alma del mundo.

Paso a paso, peldaño a peldaño, el hombre va escalándose. Algún día caerá todo lo que cubre el diamante, como diría Plotino, y podremos ser cristal puro que canalice la luz sin distorsiones.

Cuando la tradición habla de la búsqueda del Grial, se refiere a otro símbolo de la Obra alquímica, de la búsqueda de la piedra filosofal. En algunos poemas, en vez de un cáliz, el Grial es una piedra. De ahí que la búsqueda del Grial sea una búsqueda interior, una metáfora paralela al Opus alquímico, y la piedra sea en realidad el propio yo interior del buscador, que, de acuerdo con la alquimia, no se puede hallar sin sufrimientos y en lugares hermosos, sino en la materia prima, en las profundidades de nuestro mundo inconsciente. La conquista de nosotros mismos es el objetivo más preciado y valioso. Requiere de nosotros conocernos valientemente.

La vida fortalece y alimenta nuestro corazón de fuego, que realiza el prodigio de la transmutación, desde el plomo de hoy hasta el oro del futuro.

Bibliografía

Psicología y alquimia. Jung.

La dinámica del inconsciente. Liz Greene.

Símbolos de transformación. Jung.

Alquimia y simbolismo en las catedrales. Fernando Schwarz.