HISTORIA DE LA CIUDAD

LEONARDO SANTELICES

La ciudad no es solo un espacio, es también un tiempo, una historia.

La ciudad como historia

La ciudad, como dice Max Derruau, es «una aglomeración duradera», en comparación con los mercados, tan comunes en la Edad Media europea, que eran aglomeraciones de personas que realizaban actividades diferentes de la agrícola, de intercambio, pero no duraderas, sino circunstanciales.

Esta duración hace que la ciudad tenga su historia, su desarrollo en el tiempo.

Por una parte, entonces, está la ciudad como un espacio diferente del entorno rural, un lugar de intercambio, pero también hay otros componentes que le otorgan una identidad a la ciudad.

Florencia es una ciudad concreta, pero la memoria de Florencia y su imagen adquieren valores que valen y representan otras experiencias. Por otra parte, esta universalidad de su experiencia nunca podrá explicarnos concretamente aquella forma precisa, aquel tipo de cosa que es Florencia (Arquitectura de la ciudad, Aldo Rossi).

Para Arnold Toynbee, la unidad básica en la Historia son las civilizaciones, y la mejor expresión de cada una de ellas es la ciudad, encarnando su conciencia corporativa en monumentos públicos.

No son las ciudades realidades estáticas, sino dinámicas, es decir, vivas. Al respecto, Horacio Capel afirma:

Efectivamente, lo urbano es, ante todo, una realidad cambiante que parece haber sufrido modificaciones esenciales a lo largo de la Historia y, sobre todo, a partir de la Revolución Industrial. Son muchos los autores que consideran que la definición de lo urbano se hace difícil porque la misma naturaleza de la ciudad ha cambiado a lo largo del tiempo. Si hasta el siglo XIX la ciudad era, esencialmente, un centro administrativo-político, y un mercado, y si constituía una unidad espacial bien definida por límites físicos –las murallas– y administrativos, a partir del siglo pasado adquirió en algunos casos funciones industriales y, sobre todo, gracias a la transformación de los medios de comunicación, pudo difundirse ampliamente por el espacio circundante –apareciendo una nueva realidad geográfica para la que ha habido que inventar la expresión de «área suburbana»–, a la vez que se difundían a todo el espacio las pautas de comportamiento elaboradas en la ciudad.

A los cambios naturales de la dinámica histórica de las ciudades, se ha sumado ahora la aparición de nuevas tecnologías, sobre todo en el ámbito de las comunicaciones, que han planteado una revisión de los conceptos tradicionales de ciudad.

…la oposición campo/ciudad que se manifiesta a través de la crítica de la ciudad ha perdido hoy todo su sentido. El proceso de urbanización dejó de ser hace mucho tiempo un mero proceso cuantitativo, de mera acumulación demográfica en torno a una acumulación de recursos, para pasar a ser un proceso de carácter cualitativo. Si los sociólogos han hablado de la urbanización como modo de vida, es porque ya no puede verse en términos de acumulación demográfica exclusivamente, sino en cuanto extensión de estilos culturales, de modos de vida y de interacción social. Es decir, lo urbano ya no está únicamente en las ciudades (Artemio Baigorri).

La ciudad en la actualidad no es solo un espacio físico. Con toda propiedad, podemos hablar de una ciudad virtual que se extiende no solo por vías empedradas, sino también a través de los medios de comunicación y redes de información, llegando a «urbanizar» el campo.

La definición clásica de ciudad

Hay tres palabras que se relacionan con nuestro vocablo «ciudad» en el mundo clásico: en griego, polis y en latín, civitas y urbs.

En su obra Etymologiarum, San Isidoro de Sevilla explica que la palabra latina civitas designa una pluralidad de seres humanos unidos por lazos sociales, y debe su nombre al de los ciudadanos, cives, es decir, a los habitantes de la urbs, que concentra y abarca, dentro de sus muros, la vida de muchos. Con la palabra urbs, en cambio, se designa la fábrica o estructura material de la ciudad, mientras que la palabra civitas se refiere a los ciudadanos, no a las piedras. Para el obispo sevillano, existen tres sociedades básicas: la familia, la ciudad y la nación.

Sin embargo, aunque la palabra «ciudad» proviene etimológicamente de civitas, la comunidad de ciudadanos, para nosotros su sentido se identifica más con el de urbs, la ciudad edificada.

La tercera palabra, la más antigua, polis, ha tenido, en cambio, una derivación diferente. Cuando se habla de polis –que en su origen significaba ciudad o recinto amurallado donde vivía el rey– no se piensa en una ciudad física, sino más bien en una organización política. Por eso se suele traducir como ciudad-estado, e incluso adquiere una connotación más espiritual en la palabra acrópolis.

El término latín res publica es el que más se acerca a la idea de polis, pues es la actividad pública que se realiza en el ágora griega o las actividades que conciernen al populus romanus en el caso de Roma. Este último tiene un alcance mayor, dado que Roma logró una unificación de diferentes polis.

Este cambio de significado del término civitas, y por ende de la palabra «ciudad», no es simplemente un problema etimológico, es un cambio de paradigma que transforma nuestra perspectiva de la ciudad. Por eso en la geografía urbana, en el urbanismo, en los estudios sociológicos y aun antropológicos de la ciudad, con las excepciones que siempre confirman la regla, cuando se trata de la ciudad, se hace referencia no a la sociedad humana, sino más bien al escenario donde esta desarrolla su vida.

Este cambio de paradigma no se da solo en el caso de la ciudad, sino asimismo en la valoración del ser humano, que pasa a ser considerado como una suerte de robot biológico con unas facultades intelectuales que le caracterizan. La ciudad, a su vez, supone un conjunto de vías, parcelas de terreno y edificaciones. Es una deshumanización de la ciudad que surge, paradójicamente, de la deshumanización del ser humano.

Por eso es necesario, para obtener una perspectiva más completa de la ciudad, volver a verla no solo como una realidad material, sino ver también el alma de la ciudad. Esto no es nuevo, y ya ha sido planteado por algunos especialistas, pero en la práctica no ha adquirido la importancia que creemos que tiene. Para ponerlo en práctica, hay que volver a «humanizar la ciudad».

La arquitectura, tras el desastre de estos últimos cien años, debe ser puesta de nuevo al servicio del hombre (Le Corbusier).

Todos los especialistas del estudio de la ciudad se han detenido ante la estructura de los hechos urbanos, declarando, sin embargo, que, además de los elementos catalogados, había l’áme de la cité; en otras palabras, había la cualidad de los hechos urbanos. Los geógrafos franceses han elaborado así un importante sistema descriptivo, pero no se han adentrado a intentar conquistar la última trinchera de su estudio: después de haber indicado que la ciudad se construye a sí misma en su totalidad, y que esta constituye la raison d’être de la misma ciudad, han dejado por explotar el significado de la estructura entrevista.

Me refería en particular a la obra de George Chabot, para el cual la ciudad es una totalidad que se construye por sí misma y en la cual todos los elementos concurren a formar l´âme de la cité. Creo que ello es uno de los más importantes puntos de llegada en el estudio de la ciudad; punto que hay que tener presente para ver concretamente la estructura del hecho urbano (Arquitectura de la ciudad, Aldo Rossi).