MARTIN LUTHER KING

ANTONIA DE LA TORRE

Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos. Dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros (Declaración Universal de los Derechos Humanos, art. 1).

Martin Luther King nació el 15 de enero de 1929 en Atlanta, ciudad del Estado de Georgia, en pleno sur de los EE.UU.

Como todos los niños negros, su infancia y su juventud estuvieron marcadas por los prejuicios raciales. Todos los días pequeñas cosas le recordaban que ser negro suponía ser un ciudadano de segunda clase. Creció con la segregación racial. Solo podía utilizar fuentes y cuartos de baño públicos reservados para negros. Otros tenían carteles que decían «solo blancos». Si quería ver una película, no podía sentarse en el patio de butacas –reservado para blancos–, sino que tenía que subir al gallinero. Blancos y negros no podían ir juntos a la escuela, ni utilizar las mismas bibliotecas, ni pasear por los mismos parques.

King acabó su carrera de Teología en Boston a los veinticinco años, y su primer trabajo fue como pastor en la Iglesia baptista en Montgomery, uno de los lugares más racistas del sur. A finales de 1955, tras acabar un día de trabajo, Rosa Parks, una costurera negra de Montgomery, cogió el autobús en hora punta, como todas las tardes. El vehículo se llenó en seguida y el conductor ordenó a Rosa y a otros tres hombres negros que cedieran sus asientos a los blancos. Los hombres cedieron sumisos, pero Rosa permaneció sentada, presa del cansancio y posiblemente harta de esta situación. La sacaron a la fuerza y la arrestaron por no acatar las normas de los autobuses de Montgomery, que obligaban a hombres y mujeres negros a subir por la puerta delantera, pagar sus billetes, apearse, y si el vehículo no se iba, cosa que ocurría con frecuencia, volver a subir por la puerta trasera para sentarse en los asientos vacíos, que después tenían que ceder en caso de no alcanzar para los pasajeros blancos. Rosa fue juzgada y multada con 14 dólares.

Aquel atropello encendió la llama. King fue elegido jefe del comité del boicot contra los autobuses. Su primera tarea fue pronunciar un discurso en público. En él dijo: «Nos hemos reunido para decirles a aquellos que nos han mortificado durante tanto tiempo que estamos cansados de la segregación, de las humillaciones y de la opresión. No tenemos otra salida que la protesta». El boicot se puso en marcha y significaba que ninguno de los participantes cogería el autobús para desplazarse a sus trabajos hasta que no consiguieran los mismos derechos que los blancos. Muchos tenían que salir de noche de sus guetos y caminar grandes distancias para llegar a sus trabajos en los barrios blancos. Otros hacían autoestop, compartían su medio de transporte o iban en carros. El boicot fue bautizado como la Marcha por la Libertad. Con ella se dio a conocer Martin Luther King, y junto con la popularidad, llegó el respeto de unos y el odio de otros.

Llegaron a poner una bomba en su propia casa mientras él daba un mitin (afortunadamente nadie resultó herido). Este hecho exacerbó a sus seguidores, que se lanzaron contra los policías con cuchillos y palos, pero él los apaciguó y reencauzó por el camino del deber y no de las represalias violentas: «Si a mí me detienen, este movimiento seguirá porque nuestra causa es justa y Dios está con este movimiento».

Meses después, los ciudadanos negros de Montgomery obtuvieron el derecho a ocupar los asientos delanteros de los autobuses. Este triunfo era solo el principio y dio coraje a millones de hombres de todo el sur. A King lo requerían en todas partes por sus dotes de orador y él sentía que era su obligación hacer todo lo que estuviera en su mano para propagar el mensaje de los derechos civiles. Entonces escribió el libro El paso hacia la libertad.

En 1960 se negaron a dar de comer a un estudiante negro en una cafetería de la terminal de autobuses. Se unió con otros dos estudiantes para llevar a cabo una protesta. Estaban decididos a seguir el ejemplo de la no violencia que había dado resultado en Montgomery. Día tras día llegaban y se sentaban en la cafetería. Cada vez se les unían más estudiantes. Eran insultados y nunca les atendían. Pero ellos permanecían sentados. Cuando los periódicos empezaron a publicar la noticia, se repitieron actos parecidos por todo el sur.

Los estudiantes formaron un Comité de Coordinación Estudiantil No Violento para apoyarse unos a otros. King les infundió coraje y se unió a ellos. Durante una sentada en Atlanta fue arrestado con otros setenta y cinco manifestantes. Los estudiantes fueron liberados después de algunos días, pero la policía mantuvo a King en la cárcel y fue condenado a cuatro meses de trabajos forzados. Gracias a la colaboración del entonces senador J. F. Kennedy, fue puesto en libertad.

Pero la lucha por los derechos civiles de los negros seguía su marcha. Durante el verano de 1961, grupos de estudiantes blancos y negros del norte prepararon un viaje al sur en autobús, efectuando sentadas en las terminales y en los restaurantes a lo largo del camino. Se llamaron a sí mismos «Los jinetes de la libertad». Los racistas del Ku Klux Klan empezaron a actuar y quemaron el autobús en el que viajaban.

Al año siguiente King tuvo un serio enfrentamiento en Birmingham. Su propósito era acabar con la explotación laboral de los negros. Para Bull Connor, el comisario de seguridad pública de Birmingham, las personas negras eran y serían siempre «negros».

Durante su primera marcha, King fue arrestado y conducido a la cárcel de esta ciudad. Mientras estaba encerrado, un grupo de clérigos blancos escribió al periódico local afirmando que el doctor King era un intruso que solo estaba creando problemas. King reunió algunos trozos de papel que encontró: bolsas, márgenes de periódicos (porque no tenía derecho a escribir, no se lo permitían desde la cárcel) y escribió todo lo que pensaba. Esto se conocería luego como la Carta desde la cárcel de Birmingham, uno de los documentos más importantes del Movimiento de los Derechos Civiles. Dado que había sido considerado un intruso, escribió: «Yo estoy en Birmingham porque la injusticia está aquí y la injusticia es algo universal, no tiene nada que ver con ser de un lugar o de otro. Las peticiones justas siempre son inoportunas para el opresor. La justicia demorada es justicia denegada».

King fue puesto de nuevo en libertad y junto a jóvenes de diversas edades se manifestaron por las calles. Pero se encontraron con las fuerzas de la policía de Bull Connor, que soltaron a los perros contra la multitud mientras los bomberos enchufaban las mangueras y derribaban a los jóvenes y niños con la tremenda fuerza del agua. Mientras tanto, Bull Connor reía y exclamaba: ¡Mirad cómo corren esos negros!

Pero allí estaban las cámaras de televisión recogiendo imágenes de cuanto ocurría. Al día siguiente, la gente de todo el país quedó horrorizada al contemplarlas. La campaña de Birmingam le costó a Bull Connor su puesto. Su fanatismo había conseguido que gente que nunca había pensado antes en los derechos de los negros hiciera ahora peticiones de justicia.

1963, la marcha sobre Washington

Después de la dura victoria en Birmingham, se organizó una marcha sobre Washington. Tuvo lugar el 28 de agosto del 63, y conmemoraba el primer centenario de la abolición de la esclavitud en Estados Unidos. Alrededor de 250.000 personas se congregaron ante el Lincoln Memorial cantando Nosotros venceremos y alzando pancartas que decían: «Pedimos en 1963 la libertad prometida en 1863, un siglo para pagar una vieja deuda». Ante la Columna de Lincoln, Martin Luther King pronunció un discurso: «Yo tengo un sueño. Yo os digo hoy, amigos míos, que a pesar de las dificultades, aún tengo un sueño. Sueño con que un día esta nación se decidirá a aplicar verdaderamente sus principios, según los cuales para nosotros es una verdad evidente que todos los hombres han nacido iguales. Sueño con que un día, sobre las colinas rojizas de Georgia, los hijos de los antiguos esclavos y los hijos de los que fueron sus amos sabrán sentarse juntos a la mesa de la fraternidad.

Sueño con que un día, incluso el estado de Mississipi se transformará en un oasis de libertad y justicia. Yo sueño con que mis cuatro hijos vivirán un día en una nación donde no serán juzgados por el color de su piel, sino por el contenido de su personalidad… Este será el día en que todos los hijos de Dios podrán cantar juntos: Mi país es de Dios, dejad que suene la campana de la libertad».

«…Cuando dejemos que esta campana suene en cada pueblo y en cada aldea, en cada Estado y en cada ciudad, podremos adelantar el advenimiento del día en que todos los hijos de Dios, los blancos y los negros, los judíos y los gentiles, los protestantes y los católicos, podrán cogerse de la mano y cantar la letra de este cántico espiritual negro: «¡Libres al fin! ¡Al fin libres! Gracias a Dios todopoderoso, al fin somos libres».

Hubo una gran ovación. Era un mensaje que abarcaba a todas las gentes de toda creencia y educación. Aquel mismo día muchos periódicos publicaron que Martin Luther King se había convertido en el presidente de la América negra extraoficial y en el líder reconocido del Movimiento de los Derechos Civiles. Había sido un gran día en su vida y en la historia de Estados Unidos.

En octubre de 1964 el doctor King recibió el Premio Nobel de la Paz, uno de los mayores galardones del mundo. Pero no se detuvo por ello; poco después luchaba por conseguir el derecho al voto de los negros de Selma. Teóricamente tenían derecho al voto, pero tenían que estar registrados. Cuando lo intentaban, la oficina de solicitudes cerraba o les ponía la excusa de que encontraban errores en sus formularios.

A pesar de los atentados racistas del Ku-Klux-Klan, King logró su propósito y fueron abolidos todos los trucos técnicos que se habían empleado para evitar que dieran su voto. La victoria del derecho al voto fue un paso más en la lucha en pro de los derechos civiles, y en octubre de 1968 viajó a Memphis para dar su apoyo a los trabajadores que luchaban por la igualdad de salarios. Allí su propósito se vio truncado por el fanatismo y la intolerancia, que acabaron con su vida.

La América Negra lloró su muerte junto con su esposa y sus hijos. No había tenido una larga vida, contaba solo treinta y nueve años, pero había cambiado la de millones de personas. Unas 150.000 se concentraron para rendirle un último homenaje. En su tumba se leían las frases de aquel cántico espiritual negro que tanto le gustaban: ¡Libre al fin! ¡Al fin libre! ¡Gracias a Dios Todopoderoso al fin soy libre!

Dos meses antes del asesinato, Martin Luther King, con un cierto sentido premonitorio, habló en Atlanta del discurso que le gustaría oír en sus funerales: «Yo quisiera que alguien recordara ese día que Martin Luther King trató de dar su vida al servicio de los demás. Quiero que digan: fui tambor de la justicia y de la paz. Lo demás, ni siquiera el Premio Nobel, no tiene importancia alguna. No dejaré dinero. No dejaré cosas de lujo. Pero quiero dejar una vida entregada a la causa».

Fue un hombre que lo dio todo por conseguir aquello que creía justo, que luchó incansablemente por los derechos civiles de los hombres negros, que dio a América lecciones de humanidad y de integridad. Durante los meses de popularidad, le ofrecieron empleos fabulosos con grandes sueldos y enormes beneficios. Tales ofertas jamás le tentaron. Al respecto siempre contestaba que el valor de un hombre no se mide por su cuenta bancaria ni por el tamaño de su automóvil. Se mide por su compromiso con él mismo y con la justicia. La victoria obtenida –decía– no es sobre el hombre blanco, sino para la justicia; que los hombres de toda raza y creencia puedan vivir unidos y en paz.

Dejemos que suene la campana de la libertad mientras las manos de todos los hombres y mujeres del mundo se unen fraternalmente.