Desde los más remotos tiempos hemos anhelado comprender el universo, las causas de los movimientos y su dirección. Las nociones de azar, destino y con éste último la posibilidad de libertad, han estado en la primera fila de las inquietudes humanas y han sido las incógnitas de nuestro conocimiento más repetidamente interrogadas. Nietzsche no es una excepción:

“Las tempestades son mi peligro: ¿tendré mi tempestad a la que sucumbiré como Oliver Cromwell sucumbió a la suya? ¿O me extinguiré como una luz a la que no apaga el viento sino que se ha fatigado y hartado de sí misma, una luz que se ha consumido hasta el final? O por último ¿me apagaré yo mismo para no consumirme hasta el final?”1

De forma poética hay en esta reflexión las dos cuestiones básicas, tanto la pregunta por la existencia de un destino: ¿Cuáles son mis opciones: tener o no tempestad, sucumbir a ella, tener una vida anodina, entregarme a ella hasta el final o no?, así como la inquietud sobre si usaré de mi libertad y yo mismo decidiré mi destino.

Las influencias de Nietzsche, como la de la mayoría de pensadores occidentales de su siglo, provienen del mundo griego. En el mundo clásico occidental el concepto “destino” asumía diferentes formas y varió según las épocas.

La palabra griega moira significa indistintamente “destino” o “porción”, es la parte de felicidad y de desdicha que nos corresponde y cuando un hombre traspasa su cuota cae en el hybris o exceso. Moira es el Hado, una potencia oscura y misteriosa sobre la que los hombres se preguntan, aunque quizás no debieran hacerlo. No es un destino abstracto, es una personificación, una deidad ctónica que causa la muerte, pero nunca superior a Zeus, que estaba sujeto a sus designios, pero sin que exista un conflicto entre ambos.

En Homero se habla generalmente de «la Moira«, que hila la hebra de la vida para los hombres en su nacimiento. Desde ese momento el metafórico hilo de la vida, el hilo de oro para los más favorecidos, era lo que unía el nacimiento con la muerte, que llegaba con su ruptura. Las moiras o parcas, hijas de la noche, hijas de la necesidad en Platón, fijaban el destino desde el nacimiento. Éstas son:

  • Cloto hilaba la hebra de vida con una rueca y un huso (lo presente).

  • Láquesis “la que echa a suertes”, medía con su vara la longitud del hilo de la vida (lo pasado).

  • Átropos era inexorable, era quien cortaba el hilo de la vida (lo venidero).

Es en la época helenística donde aparecen los dos siguientes conceptos:

  • Tyche, otra personificación del destino. Más vinculada a la imagen de la fortuna en cuanto diosa que regía la suerte o la prosperidad de una comunidad. En esta versión tiene mucho de azar, decidía de forma aleatoria. Se le representaba jugando con una pelota, a veces arriba, a veces abajo, como símbolo de la inseguridad de sus decisiones. Por eso nadie debía vanagloriarse de sus riquezas ni dejar de agradecérselo a los dioses, pues esto podía provocar que interviniera la diosa Némesis para ponerle en su sitio.

  • Heimarmene es la noción de un destino superior y justo aunque incomprensible desde la mente ordinaria. Personificada es una diosa del destino del universo como un todo, en oposición al destino individual de los seres. Rige las causas y efectos. Puede derivar del griego antiguo eirein, que significa «atar», implicando el significado de que cada evento y cada persona están atados o sujetos al mismo destino. También podría tratarse del participio del verbo griego meiresthai, «recibir conforme a la suerte de uno», del cual deriva de la misma raíz que Moira.

Los conceptos de destino y libertad inician el pensamiento de Nietzsche desde los primeros escritos y estudios de juventud.2 Nietzsche descubrió a través de la tragedia griega la idea más potente e innovadora acerca lo que es la realidad y la libertad3.

Tragedia significa etimológicamente oda o canción del macho cabrío y surge de narraciones épicas relacionadas con Dioniso-Baco. Decía Plutarco que todas las obras de Esquilo “rebosan de Dionisos”. En la tragedia el destino y los dioses priman sobre las acciones humanas, hay una diké por la cual las acciones humanas se encauzan en las vías que la naturaleza ha dispuesto. Cuando el héroe cede a la insaciabilidad de los apetitos humanos es conducido al hybris (desproporción, desmesura, transgresión de los límites impuestos por la naturaleza o los dioses) y esta falta de control lleva a la ruina que provoca la até (ceguera) que precipita a los humanos a los abismos abiertos por sus pasiones nefastas.

El espíritu de la tragedia proviene de los antiguos misterios de Eleusis que se popularizaron. Enseñaron que, más allá de las máscaras, los actores representaban el transitar del ser humano por la vida. Esto era todo un aprendizaje para artistas y espectadores, los unos porque vivían con intensidad el encarnar y desencarnar personajes y emociones, los otros porque veían transcurrir ante sus ojos lo mismo de siempre con múltiples vestiduras. Las tragedias no buscaban dar consuelo y seguridad ante el sinsentido del mundo, invitaban a tomar conciencia y a aceptar la vida como es, sin autoengaños ilusorios de salvación y redención. El teatro no es una ficción frente a la realidad, ni una copia deformada. El teatro es la realidad sin las limitaciones del espacio ni del tiempo. Los autores de la tragedia ática pusieron en todas sus obras el acento en la comprensión de los procesos humanos y cósmicos, las fuerzas que rigen la vida, un destino inexorable que nos persigue como hace la sombra a un cuerpo iluminado.4

Las tragedias no son, por tanto, motivo para el pesimismo, la resignación o el fatalismo, sino al contrario pueden representar un estímulo para la autosuperación, puesto que el destino no actúa de forma mecánica y determinista para el ser humano sino que se compatibiliza con la libertad del héroe. Éste se encuentra con un mundo que es una lucha de fuerzas en continua confrontación (en la naturaleza y en la historia) y el ser humano participa de esta lucha, pero el héroe es una fuerza que tiene también su peso en el resultado final. Ese conflicto entre destino y libertad es lo que da lugar a la catarsis. Lo más importante es que el héroe no se resigna de ninguna manera a la amenaza.

Aportes de la tradición estoica a la idea de destino de Nietzsche

Tal y como afirma Diego Sánchez Meca5 para Nietzsche la libertad de espíritu representa la primera característica del filósofo y del concepto de filosofía, entendidos ambos como capacidad de afrontar lo desconocido desde una actitud indagadora sincera y radical. Esta libertad debe tener prioridad sobre la necesidad de certeza o de estabilidad, porque esta necesidad nos convierte en esclavos. Viene a decir Nietzsche que cuanta mayor fuerza tiene un individuo menos necesidad tiene de certezas absolutas. El destino se interioriza, es decir, la heimarmenē se convierte en la naturaleza propia de cada uno. Dice Nietszche en el apartado 290 de la Gaya ciencia:

Una sola cosa es necesaria. “Dar estilo” al propio carácter- ¡un arte grande y poco frecuente! Lo ejerce aquel que abarca con la mirada todas las fuerzas y debilidades que ofrece su naturaleza y las integra luego en un plan artístico hasta que cada una de ellas aparezca como arte y razón… Serán las naturalezas fuertes, las que disfrutarán su alegría más sutil en una coacción así, en esa sujeción y realización bajo su propia ley.”

Uno de los estoicos más citados por Nietzsche es Epícteto que fue esclavo en Roma. Asistía a las clases del estoico Musonio Rufo. Su maestro le enseñó que todos los hombres, tirano, césar o esclavo, eran iguales, ya que todo ser humano tenía la capacidad de cultivar su libertad interior. Después de ser libre físicamente, se dedicó a enseñar la importancia de la libertad interior, de la libre voluntad en la vida, más allá de las incertidumbres de un mundo condicionado a avatares naturales y al poder político. Afirma Epicteto:

Encadenarás mi pierna, pero mi libre albedrío ni Zeus puede vencerlo”6.

El núcleo de la enseñanza ética de Epícteto consiste en poder diferenciar las cosas, ya que de esta distinción depende toda la felicidad humana. El Enquiridion se abre con la afirmación:

De lo que existe, unas cosas dependen de nosotros y otras no” y “las cosas que dependen de nosotros son por naturaleza libres, son causadas únicamente por el libre querer de la voluntad.”

La diferencia entre Nietzsche y Epícteto está en que para el estoico no existe un conflicto entre la voluntad libre y la voluntad de Dios, ya que la libertad consiste en que el hombre quiera libremente lo que Dios quiere. El sabio es capaz de armonizar su logos personal con el de Dios. El hombre sabio actúa libremente y necesariamente sin que haya un conflicto. No podrá cambiar nada en el curso de los acontecimientos, pero se distingue del necio ignorante en cuanto que, reconociendo en la heimarmenē la providencia que solamente quiere el bien, le da con alegría su propio asentimiento y la acoge en la propia voluntad. Epícteto ya consiguió querer lo mismo que el destino:

Subordiné mi impulso a la divinidad. Quiere ella que yo pase fiebre: también yo quiero. Quiere (la divinidad) mi impulso hacia algo: también yo quiero. Quiere que desee: también yo quiero. Quiere que consiga algo: también yo quiero. No quiere: no quiero”. 7

En esta aceptación del destino encontramos también a Nietzsche, pero aquí varía del ideal estoico y no sólo porque no acepta a ninguna divinidad rectora. Aun así, hay un nexo de unión entre Nietzsche y los estoicos: la afirmación del poder de la voluntad. Por ejemplo, en Séneca sus héroes confrontan con las desgracias enviadas por la Fortuna, no siempre vencen pero consiguen aceptar el destino, Medea es un buen ejemplo de esta tensión cuando afirma que “la Fortuna puede quitarme los recursos pero no los ánimos”8. Afirma Epícteto:

Los dioses hicieron que dependiese sólo de nosotros lo más poderoso de todo y lo que dominaba a lo demás: el uso correcto de las representaciones, mientras que lo demás no depende de nosotros”.9

La clave de la felicidad y de la libertad consiste en el uso correcto de las representaciones. Para el estoicismo la felicidad empieza con la interpretación adecuada del mundo, con el dominio de los propios pensamientos a lo que se llega en la madurez. Después de la infancia no existe para el estoicismo una dualidad del alma entre una parte racional y otra irracional. Los estoicos rechazaron la idea aristotélica de la akrasia, afirmando que nunca actuamos en contra de nuestras creencias. El alma es puramente racional y cualquier conflicto interno queda descartado. Si actuamos de modo irracional, esto no es debido a que estemos motivados por una parte irracional del alma (como era el caso en Aristóteles), sino porque actuamos según unas creencias equivocadas. ¿Cuántas veces el pensar de forma errónea nos ha llevado a situaciones indeseables? El pensamiento puede ejercer un gran poder sobre nosotros. Estas ideas han traspasado los siglos y han llegado al siglo XXI, cito a Albert Ellis que ha estudiado y trabajado sobre las consecuencias vitales de nuestros pensamientos. Fue uno de los psicólogos fundadores del cognitivismo y comenzó a desarrollar su terapia en 1962, a la cual denominó «terapia racional emotiva». Su método terapéutico intenta descubrir las irracionalidades de nuestros pensamientos y, con ello, sanar las emociones dolorosas, dramatizadas y exageradas, que son consecuencia de los esquemas mentales distorsionados.

Ellis centra su teoría en que «las personas no se alteran por los hechos, sino por lo que piensan acerca de los hechos», como decía el filósofo estoico griego Epicteto. Agrupó estas creencias irracionales en tres grupos en función del objeto sobre el que recaen, y que afectan a como nos sentimos mientras la vida va sucediendo:

Uno mismo

«Debo hacer las cosas bien y merecer la aprobación de los demás por mis actuaciones».

Los demás

«Los demás deben actuar de forma agradable, considerada y justa».

La vida o el mundo

«La vida debe ofrecerme unas condiciones buenas y fáciles para que pueda conseguir lo que quiero sin mucho esfuerzo y con comodidad».

Creo poder afirmar que Nietzsche suscribiría que éstos son los valores por los que se guía el hombre nihilista. La mayoría de los hombres quieren cosas equivocadas, ya que sus intenciones se basan en la ignorancia. La voluntad se ata a querencias que no están en su propio poder sino en el ámbito de poder de otros, y como consecuencia pierde toda la libertad. El hombre únicamente es libre si su voluntad subjetiva se armoniza con la heimarmenē universal, esta es una enseñanza clave en Epícteto.

Y dice Nietzsche en esta misma línea, tanto reafirmando la libre decisión de cada uno como el amor al destino: hay que aprender a amar10, también habrá que aprender a amar al destino. Cierro con la cita de Zaratustra en el discurso “El caminante” cuando parafrasea a Marco Aurelio:

¡Y qué podría ocurrirme todavía que no fuera ya algo mío!”

A ningún hombre puede sucederle cosa que no sea humana; nada al buey que no sea peculiar del buey; nada a la vid que no corresponda a la vid; nada a la piedra que no sea propio de la piedra.”11

Bibliografía

  1. LIVRAGA, Jorge Ángel (1986): El teatro mistérico en Grecia(I): La tragedia; Valencia, Editorial NA

  2. MÜLLER, Anne Moïra (2015): Moira. Destino y libertad en el pensamiento antiguo. Depósito digital de la Universidad de Barcelona. Facultad De Filosofía. Programa De Doctorado: Filosofía Contemporánea y Estudios Clásicos

  3. NIETZSCHE, Friedrich (2016): La gaya ciencia; Edición, traducción y notas Juan Luis Vermal, Madrid, Tecnos

  4. NIETZSCHE, Friedrich (2003): Los filósofos preplatónicos; Obras completas (10. Heráclito pág. 359)

  5. SÁNCHEZ MECA, Diego (2018): El itinerario intelectual de Nietzsche, Madrid, Tecnos.

    Notas

1 (3) Apartado 315

2 Nietzsche escribió en sus años de estudiante un trabajo sobre “Fatum e historia”

3 (4) pág. 176

4 (1) pág. 62.

5 (4) pág. 182

6 Epíctecto, Disertaciones, I,I,23

7 Epícteto, Disertaciones, IV, I, 89

8 (2) pág. 157

9 Epícteto, Disertaciones I, I, 7-8

10 (3) Apartado 334

11 Marco Aurelio Meditaciones, Libro VIII, 46