Cuentos sufíes
RAMÓN SANCHIS
El modo de predicar las doctrinas sufíes se basaba en una fórmula práctica de transmitir el mensaje, fácilmente comprensible y apresable por la memoria: el cuento. A través del cuento se muestran los condicionantes propios de nuestra vida, los supuestos que hemos hecho nuestros, los ensueños tomados por realidad, nuestras trabas mentales o emocionales que nos apegan a lo formal para perder lo esencial y profundo de cada situación vivida.
Cada cuento de los derviches (grandes maestros sufíes) nos narra con parábola un modo erróneo de pensamiento, y no un sistema filosófico concreto y unidireccional. Solo queda en la enseñanza sufí una dirección: aquella que permite en todo momento una mayor apertura de conciencia, no aferrándose a ningún tipo de sistema, sino que cada enseñanza, en la medida en que rompe trabas, endoculturación y apego a lo aparente, es válida.
Hoy en día conocemos a los sufíes por los cuentos recopilados por Idries Shah, el gran Jefe Sufí de Occidente, los cuales imparten una enseñanza de modo espontáneo y fresco, haciéndonos ver el modo en que el hombre se encierra en esquemas de pensamiento. Ello nos lleva a preguntarnos de qué tiempo son los sufíes y si realmente existen hoy en día…, pregunta esta que se contesta afirmativamente, aunque desconocemos el grado de conservación de la pureza de sus principios.
Dentro de esa transmisión oral que se basa en la cadena formada por un sinnúmero de maestros y discípulos, vemos aparecer en el tiempo al egipcio Dhun-Nun, de quien se dice que descifró los jeroglíficos mucho antes de Champollion, aun en su parte más hermética, allá por el siglo VIII; Ibn-Sina (o Avicena) en el siglo XI; Abenarabí de Murcia en el siglo XIII; el-Ghazali de Persia en el siglo XII; al-Gazel en el siglo XI; Jalaludin «Rumi» en el siglo XIII, gran Maestro de Afganistán; y otros tantos menos conocidos por la cultura occidental que corre, en parte, por canales de difusión cristianos y que durante años ha desconocido las analogías entre lo sufí y lo cristiano.
El último día
Este cuento nos muestra que puede el mundo no perecer, pues la tierra y la vida tienen sus mecanismos de defensa, al igual que el río del cuento prosigue viaje en brazos del viento.
Cierto hombre creía que el último día de la humanidad caería en una determinada fecha y se debía afrontar de modo adecuado.
Llegado el día, congregó en torno suyo a cuantos estuvieron dispuestos a escucharlo y los condujo a la cima de una montaña. Tan pronto estuvieron reunidos allí, el peso acumulado hizo que se hundiera la frágil corteza y todos terminaron en las profundidades de un volcán; y en efecto, fue para ellos el último día.
En el fondo, la lógica y la experimentación aplicadas indiscriminadamente pueden ser tan crueles y absurdas como lo fuera la época medieval bajo su aspecto religioso.
el teorema de thomas. » nihil novi sub sole.»